Leo Leo Abril

Buenos días amigos felinos. Como cada mes nos reunimos aquí para explicaros un suceso interesante del
último mes.
Prosigamos pues a compartir nuestras experiencias, sin embargo he de deciros que esta vez es diferente…

Todo empezó hace una semana, en vacaciones. Como de costumbre cuando tengo libre me quedo hasta 
tarde despierta y no madrugo al día siguiente.
Y el domingo pasado, me quedé dormida viendo la tele. No recuerdo mucho, pero creo que la clave de 
todo está en la película que veía.
Si no recuerdo mal trataba sobre la pasión de un bibliófilo en conseguir que sus amados pero incultos hijos 
compartieran lo que él sentía. Según él la tecnología había robado protagonismo a las hojas y sus duras 
portadas que se encargaban de protegerlas y lo que cada escritor quiere transmitir con ellos.

Sinceramente, estoy de acuerdo. Pero como dicen: para gustos, colores

Bueno, sé que os estoy haciendo esperar, pero creedme, todo tiene sentido.
Me parece que esa película de alguna manera consiguió meterse en mi subconsciente. Y eso desató mil
y una preguntas en mí.

Esa misma noche, en mis sueños sucedió algo extraño. En el sueño yo, como dulce y linda gatita que soy, 
iba paseando por mi biblioteca tratando de encontrar algún libro que pudiera entretenerme un rato. 
Por las filas inferiores de la estantería ya sabía hasta el número de palabras que había en cada libro. 
Pero por arriba… Por arriba la mayoría ya tenían polvo, y no recordaba de qué trataban. Por lo que decidí 
coger la escalera y a buscar el más interesante de todos.

Vi uno, no recuerdo el título. Fue la portada la causante de todo lo que pasaría en adelante, ¿o no?

Tan bella era su cubierta granate aterciopelada con ese insecto de un color dorado que había vencido 
incluso al polvo de años y años que lo cubría la que me impulsó a escoger ese libro.

Me  disponía a abrirlo cuando una de mis garras acarició el bicho (vulgarmente llamado) y éste sin 
pensarlo dos veces, abrió sus alas y echó a volar.
Algo inexplicable, lo sé. Pero aún no he llegado al final.

Poco a poco mis patas se veían atrapadas por la portada, las seguía mi cola, mi barriga… Hasta que 
finalmente acabé de cuerpo entero atrapada en ese libro.

En ese instante desperté.

Tranquilos gatitos, desperté como felino, supongo que esperabais algo como:
“[...] Y cuando me levanté me había convertido en un libro…” y cosas por el estilo.

Pues no. Lo siento. No obstante, un cúmulo de ideas que tardé en ordenar vinieron a mi cabeza.
Cuando mi mente se vio clara de nuevo, comprendí la sensación del bibliófilo, ¿recordáis? El hombre 
que luchaba por conseguir que los libros recuperaran el protagonismo.

Me puse a reflexionar y de todo aquello que se apoderó de mi atención, todas esas preguntas, 
se resumieron en una sola:
“Si fuera un libro ¿cuál sería?”

Y aquí llegamos al propósito de hoy, explicaros que soñé ser un libro, y deciros qué 
características atesoraría.
Sin más preámbulos…

Claramente sería un libro viejo, sin dudarlo, escrito por un gran autor o un aficionado  tal vez, pero viejo. 
He de admitir que la idea de ser un clásico me resulta atractiva, pero los relatos de inexpertos, gente que 
sueña en convertirse en alguien importante, o que simplemente sus obras nunca llegaron a publicarse por 
un motivo u otro, son capaces de conquistar tu corazón.

Quiero que me lean, muchas veces. Que la gente hable de mi. Dar a conocer a mi escritor y a lo que narra,
 a todo aquello que quiere transmitir de la forma que mejor se le da: escribiendo.
Que cuando un niño me vea no piense solo “¡oh qué bonito!”  o “menudo tocho, esto no hay quien lo lea”.
Busco la admiración del lector, que sepa… que sepa encontrar la historia debajo de la capa de polvo. 
Que cada vez que ojeen mis páginas aprecien el esfuerzo y empeño que una vez fue empleado en mi.

Desde entonces, cada noche cuando me acuesto pienso:

Una vez soñé que era un libro, un libro como ningún otro…


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